Es mi primer día libre desde que comencé mi pasantía con MCEC Innoceana. Todo está planeado para que sea una gran jornada: algo de esnórquel en las cálidas aguas del Pacífico, comida local a base de plantas, ticos hablando el español más rápido que escuché y algunos amigos.

Una vez en el bote, después de cruzar el río Sierpe y ver un cocodrilo descansando bajo el sol (lo cual es bastante comprensible después de la lluvia torrencial de anoche), finalmente veo el océano extendiéndose frente a mí. Este sentimiento de libertad eterna, hermosa naturaleza costarricense e inmensidad llenan de inmediato mi corazón. Camino a la Isla del Caño, veo unas aves maravillosas que vuelan sobre el mar y de repente aparece una cosa grande y amarilla, que lentamente se deja llevar por el ritmo de las olas...
Basura.

Cuatro pájaros piqueros marrones, una de las especies marinas más comunes, están sentados encima de este refrigerador amarillo varado en medio del océano. Parecen esperar algo. ¿Pero qué? ¿Ayuda?

Son náufragos de la irresponsabilidad humana.
Mi corazón se hunde y una pregunta viene a mi mente: ¿Por qué? ¿Quién demonios haría esto? Giro la cabeza y mis ojos son testigos de otra imagen desgarradora: un gran cubo azul lleno de peces que se retuercen, todavía vivos pero prisioneros de esta trampa humana. Siento el dolor de la naturaleza, casi puedo escuchar el llanto del océano. El escenario que nos vemos obligados a afrontar es digno de una película. Pero, es la realidad. Hacemos todo lo posible para sacarlos de este cubo y devolverlos al océano, de donde vinieron. Se siente cierto alivio una vez que los vemos deslizarse hacia las aguas profundas. Un alivio para ellos, pero también para nosotros. Sin embargo, todos sabemos que esta no es una situación aislada. Pasa más desapercibida de lo que jamás podríamos imaginar.

Los animales se están adaptando constantemente a nuestros errores, a nuestro egoísmo. ¿Por qué no podemos tener una relación balanceada? Ellos no valen menos por ser otro tipo de seres. Estoy devastada por lo que veo: especies cuyo final ya está firmado debido a nuestro egocentrismo se ven obligadas a deconstruir su hábitat y migrar; en otras palabras, reinventarse.

Es en ese mismo momento que me doy cuenta de cuánto está amenazado el ecosistema del océano. Me siento culpable de ser parte de los seres que destruyen su hogar, pero al mismo tiempo, estoy convencida de que se puede hacer algo. Tenemos el poder de revertir esta trágica tendencia y construir un futuro mejor, todos juntos, impulsados por una misma voluntad: preservar la vida.
Fotografías:Chiara Harter